La llamada de su amigo Stefan Maeros había sido una de las pocas alegrías
que había tenido en los últimos meses. En la ciudad donde vivía, Sofía, se
encontraba fuera de lugar y el trabajo que tenía en la casa de los Welsch nunca
le había interesado, sólo le permitía ganar el
dinero necesario para subsistir. Pero se había acostumbrado y no se había
planteado cambiar de trabajo y eso que tenía motivos para ello. Al principio
los cuatro perros, unos Terranova, le habían parecido dóciles, fieles y siempre
cariñosos con él, pero estaba cansado de limpiarlos, sacarlos a pasear por las
mañanas y por las noches,
cuando más frío hacía en la ciudad. Durante toda su vida había tenido un
sinfín de trabajos diferentes, desde cuidar ancianos y niños, hacer de pinche
de cocina en un colegio, cartero, repartidor de prensa, vendedor puerta por
puerta, pero lo de cuidar animales había sido el último y estaba seguro de que
no repetiría. Él fue profesor de música durante muchos años y no le importaba emigrar por toda Europa para
trabajar de ello, ya que era su vocación, pero un día decidió asentarse en la
capital búlgara y conformarse con cualquier cosa que le diera de comer. La
principal razón de quedarse allí era María, una mujer de la que se había
enamorado perdidamente, aunque ni siquiera se atrevía a acercarse a ella. Y no
porque fuera una mujer importante, hija de un aristócrata o de un acaudalado
empresario. Ella era la hija de un comerciante
ruso cuya tienda se encontraba en la misma calle donde vivía Nicolá. María tenía edad de casarse, y no tardó en hacerse novia de
un chico mucho más joven que él y a los pocos meses de conocerse se
prometieron, hundiéndole en una profunda tristeza. Llegó a pedir al señor
Welsch una semana de vacaciones para irse de viaje a ver el Mar Negro y perder
de vista a su querida María. Desde que había empezado a trabajar para él,
durante dos años, nunca había pedido más de dos días seguidos.
Esto ocurrió hacía seis meses y desde ese momento pensó en emigrar a otro
país, pero no sabía a cuál hasta que la propuesta de Stefan le ayudó a
decidirse. Rumania. Craiova. Lo primero que hizo fue comprar los billetes de
tren para dos días después, tiempo que le había dejado su amigo para que preparase
las maletas y se despidiera de su antiguo trabajo. Pero apuntó mal la hora de
salida del tren y llegó tarde a la estación. El próximo
saldría para Craiova al día siguiente. No tardó en llamar a su amigo Stefan
para informarle de lo sucedido.
- Necesito que vengas hoy como muy tarde, Nicolá. Yo tengo que marcharme mañana sin falta y tengo que dejarte las llaves de la casa y unas instrucciones.
- Intentaré buscar otra manera de ir. Lo siento mucho, amigo.
- No importa, si llegas hoy no hay problema. Llámame para quedar contigo en algún sitio.
- Necesito que vengas hoy como muy tarde, Nicolá. Yo tengo que marcharme mañana sin falta y tengo que dejarte las llaves de la casa y unas instrucciones.
- Intentaré buscar otra manera de ir. Lo siento mucho, amigo.
- No importa, si llegas hoy no hay problema. Llámame para quedar contigo en algún sitio.
La solución se la dio el señor Welsch que siempre había estado muy
agradecido a Nicolá por tratar sus canes mejor que el anterior cuidador. Le
consiguió un hueco en la furgoneta de un conocido suyo, un ebanista que tenía
que viajar hasta Craoiva a realizar un sustancioso encargo.
El viaje fue tortuoso durante cinco horas por carreteras estrechas, con
poca señalización y sin ninguna conversación en el ambiente que les hiciera
ameno el trayecto. Llegaron a su destino y Berto le dejó en la calle donde
había quedado con Stefan. No entendía por qué no habían quedado directamente en
su casa si era allí donde se iba a hospedar y donde iba a trabajar. Su reloj le
informaba que eran las siete y media de la tarde y ya habían pasado treinta
minutos de la hora convenida. De pronto vio aparecer desde calle arriba una
gabardina color gris claro con un sombrero negro en lo alto que se acercaba a
él. Las solapas de la gabardina se bajaron y pudo reconocer el rostro redondo y
afeitado de Stefan Maeros, uno de sus mejores amigos que había tenido cuando
vivía en Coppenhague. Se conocieron cuando él le llamó para que le diera clases
de piano.
Se dieron la mano cordialmente y pronto echaron a andar en busca de algún
sitio donde refugiarse, tomar una taza de café y charlar un rato. Stefan le
ayudó con una de sus maletas y a doscientos metros tras doblar una esquina, entraron
en una cafetería cuyo letrero rezaba “El escarabajo de oro” con toda su fachada
forrada de madera. Se sentaron en unas mesas alejadas de la barra y del
bullicio para poder charlar con tranquilidad. Un par de capuccinos humeantes
les acompañaban.
- ¿Cómo que tus huesos han terminado viviendo en un sitio como éste?
- Mis padres vivieron hace muchos años aquí cuando era un crío y siempre tenía un buen recuerdo de esta ciudad, aunque ahora no puedo decir lo mismo. A pesar de todo, el piso donde vivo es uno de los mejores que puedo conseguir en cualquier ciudad del mundo. Además es una ciudad tranquila. Eso lo valoro muchísimo.
- Yo también. Por lo que parece es más tranquila que Sofía. Eso me gusta.
- ¿Y qué ha pasado para que no llegaras esta mañana en tren?
- Ya sabes, mi cabeza. Recordé mal la hora de salida del tren y tuve que ingeniármelas para encontrar a alguien con quién poder venirme. - sonrió Nicolá. – Suerte que mi antiguo jefe es alguien al que se le puede pedir favores.
- No has cambiado demasiado – le devolvió la sonrisa Stefan. - Bueno, no me voy a demorar y voy a contarte para qué te he llamado.
- ¿Cómo que tus huesos han terminado viviendo en un sitio como éste?
- Mis padres vivieron hace muchos años aquí cuando era un crío y siempre tenía un buen recuerdo de esta ciudad, aunque ahora no puedo decir lo mismo. A pesar de todo, el piso donde vivo es uno de los mejores que puedo conseguir en cualquier ciudad del mundo. Además es una ciudad tranquila. Eso lo valoro muchísimo.
- Yo también. Por lo que parece es más tranquila que Sofía. Eso me gusta.
- ¿Y qué ha pasado para que no llegaras esta mañana en tren?
- Ya sabes, mi cabeza. Recordé mal la hora de salida del tren y tuve que ingeniármelas para encontrar a alguien con quién poder venirme. - sonrió Nicolá. – Suerte que mi antiguo jefe es alguien al que se le puede pedir favores.
- No has cambiado demasiado – le devolvió la sonrisa Stefan. - Bueno, no me voy a demorar y voy a contarte para qué te he llamado.
El señor Maeros se quedó mirándole
unos instantes antes de contarle que necesitaba que alguien de confianza se
quedara en su piso durante un mes porque él tenía que salir del país. En él tenía
muchas cosas de valor, incluido su increíble piano vertical antiguo al que no
quería dejar solo durante tanto tiempo. El barrio donde se encontraba el piso
había degenerado bastante y no era tan seguro como cuando compró la vivienda.
Como no conocía a nadie de confianza en la ciudad y se había enterado de que
Nicolá se encontraba cerca de Craiova no tardó en mandarle una carta. Él era la
persona idónea para cuidar de sus cosas y también de paso de su
correspondencia. Nicolá aceptó sin dudarlo, pero se quedó pensando un segundo.
- Entonces, ¿me has llamado sólo para que haga de vigilante?
- Claro, ¿por qué lo preguntas? ¿Acaso yo tengo algo que ocultar?
- Hombre, a simple vista diría que no. Aunque siempre he tenido la sensación de no conocerte nunca del todo. Pero bueno, todo el mundo tiene sus secretos.
- Sí, incluso tú.
- Entonces, ¿me has llamado sólo para que haga de vigilante?
- Claro, ¿por qué lo preguntas? ¿Acaso yo tengo algo que ocultar?
- Hombre, a simple vista diría que no. Aunque siempre he tenido la sensación de no conocerte nunca del todo. Pero bueno, todo el mundo tiene sus secretos.
- Sí, incluso tú.
Como no tenía un sitio donde pasar la noche, Stefan le animó a hospedarse
en su casa desde el primer momento. A la mañana siguiente se la mostró, le dio
ciertas instrucciones con algunas de sus plantas, le informó de la hora que
subiría el portero para entregarle la correspondencia y le enseñó la despensa
repleta de comida enlatada. “Así no hará falta ni que salgas a la calle” le
planteó su amigo. Por la tarde, terminó de hacer sus maletas y por la noche,
Nicolá ya se quedó solo en su nuevo hogar.
En la siguiente entrega: Nicolá
descubre algunos detalles extraños en el piso de Stefan Maeros y la voz de
alguien al que le encantaría conocer.
Como en el libro, tu historia sigue un ritmo ágil y que hace despertar la curiosidad del lector. ¡¡Enhorabuena por la propuesta y a esperar la segunda entrega!!.
ResponderEliminarManuela