Sinopsis

Edmundo Figueroa unos de los grandes escritores de nuestro tiempo acoge a su antiguo amigo, Leandro Delpuente en su nueva residencia en Madrid para concederle la única entrevista que ha hecho en muchos años. A lo largo de este encuentro, el autor llega a insinuar la existencia de un método muy especial que utiliza para crear sus obras. A partir de este momento, Leandro se obsesiona por descubrir el funcionamiento del método hasta tal punto que llega a olvidarse de su trabajo y se ve envuelto en un mundo ajeno a él. En este mundo todo tiene cabida: la búsqueda de la verdad, los desencuentros, la pasión por la escritura, la fragilidad del éxito y del amor.

martes, 1 de julio de 2014

Relato presentado para el concurso YOQUIEROESCRIBIR.COM

Buenas a tod@s,

Os presento el relato que presenté para un concurso de la página web YOQUIEROESCRIBIR.COM. No fue premiado, ni llegó a finalista pero bueno, lo importante que os guste.



                                                            LA OBRA FELIZMENTE CONTADA

-     - Y al final todos mueren… - la voz de Luis se corta.
Él es el protagonista de una historia que ha transcurrido a lo largo de diez años y que solo ha durado una hora y media dentro del interior del teatro. Es un joven escultor que ha sucumbido al amor imposible de Noelia, la hija de su principal mecenas. Sus ojos se cierran lentamente y su cuerpo pierde la tensión que le ha dominado durante toda la historia precipitándose hacia el suelo. La escena se mantiene durante unos segundos ante la admiración de los espectadores que se quedan fijos observándole. Se apagan las luces y un aplauso general irrumpe en la sala como si, de repente manara un torrente de agua de una de las paredes. Hasta alguno se levanta de la butaca sin parar de sacudir sus manos. Se encienden las luces y el elenco de actores aparece para recibir la ovación del público, pero Luis mantiene su posición. Sus compañeros hacen una reverencia en señal de agradecimiento y lanzan besos al público haciendo caso omiso al narrador de la historia. Salvo una chica, de una sonrisa mágica y dulce voz, que no duda en dejar a sus compañeros actores para atender a su amante en la obra; le sacude y le habla al oído. Pero ella se siente extraña, algo en su cuerpo no funciona bien y no tarda en sucumbir al sueño dominado por Luis, se desploma a su lado. Los espectadores ya están dejando de aplaudir y algunos fijan su atenta mirada a lo que acaba de ocurrir así que los actores giran sus cabezas a ver qué está pasando. Las palmas apenas se perciben en el patio de butacas y todos los asistentes se levantan de sus asientos sin despegar sus ojos de la escena que tienen delante. Los personajes de la obra, María, Fermín, Jacobo, África, que han tardado en reaccionar se acercan a sus dos compañeros para ayudarles pero no pasa ni un segundo y sus cuerpos caen sin remedio sobre la madera del escenario. El sonoro golpe hace que la mayoría del público exhale un soplo de aire de preocupación hasta que un grito de horror corta el ambiente. Hay miedo en sus caras.
-    - Pero, ¿qué está pasando? – alguien se atreve a decir.
Murmullos, caras de terror. Ante esta situación, algunos empiezan a abandonar sus asientos en busca del pasillo que les lleve a la salida.
Un anciano con garrota se levanta de la primera fila y levantando la voz, hace un llamamiento para que los espectadores se detengan. Mientras, va subiendo al escenario poco a poco para poder dirigirse al público.
-    - Tranquilos todos. Esto es parte de la obra, el final de la obra. No ha sucedido nada malo. En nombre de los actores, les doy las gracias por asistir y esperamos que les haya gustado.
No tardan en sucederse los suspiros de alivio y frases como “parecía tan real” y “este final es sublime”. Algunos espectadores se acercan al anciano para darle la mano y la enhorabuena. Alguna mujer que no ha podido evitar gritar, echa miradas de extrañeza al escenario, a los actores tumbados. Poco a poco el público va desapareciendo y dejando toda la sala vacía. El que parece el director de la obra se acerca a la puerta por donde han salido todos y la cierra con un sonoro quejido. No tardan en salir estas palabras de su boca:
-     - Por fin puedo cerrar este maldito teatro. Ya no me tengo que preocupar por los actores.
Y se queda mirando fijamente una de las caras, la de Noelia que todavía permanece con los ojos abiertos, eso le hace acercarse y comprobar que está muerta. Su pulso así se lo confirma y no tarda en desaparecer entre bambalinas. Los cuerpos se están enfriando poco a poco, excepto el de Luis, el primero en caer, que recibe un impulso de su cerebro y mueve ligeramente uno de los dedos de su mano derecha. Ésta se estira poco a poco hasta alcanzar la mano de Noelia y la toma. Él solo puede emitir un susurro.
-     - Tranquila, cariño, escaparemos de tu padre.

domingo, 5 de enero de 2014

Para los lectores que no hayan podido descubrir aún El método ...

Os informo a todos los que entrais en el blog por primera vez y no hayais leido la novela, no os pareis en las entradas del blog con el título Completando el método ... ya que ésta desvela detalles de la novela y solo se podrá leer cuando la hayais terminado.

Un saludo y feliz año a todos.

martes, 4 de junio de 2013

Ultima oportunidad de conseguir El Método Figueroa en papel

A todos aquellos que no pudisteis conseguir el libro en las librerias (hace meses que lo retiraron), vais a poder tener una ultima oportunidad de tenerlo a un precio muy bueno. Eso será muy pronto, os iremos INFORMANDO.

viernes, 22 de marzo de 2013

Completando El Método ... - Conclusión Marcelo


Dios. No se podía creer lo que estaba pasando. Había vuelto al pasado. ¿Cómo podía ocurrir algo así? Esto solo podía ser un sueño, no podía ser real. Se pellizcó esperando despertar, pero el dolor desapareció al momento y su cuerpo seguía en el locutorio. El dueño y varios clientes del local se quedaron mirándole un rato hasta que Marcelo decidió salir de allí. Ya en el exterior, continuó con sus pensamientos. Él no se había dado cuenta de que todo lo que estaba viviendo ya había pasado, aunque en algunos momentos hubo ciertos detalles que le podían traer ráfagas de recuerdos, pero no se le hubiera ocurrido pensarlo. ¿Cómo no se había dado cuenta? La resaca le estaba ayudando, o quizás todo lo contrario, a que los recuerdos embotados en su cabeza salieran con cuentagotas. Tenía que revivirlos de alguna manera, ¿pero cómo?. Quizás pasear por los mismos sitios y hacer las mismas cosas que hizo los días anteriores, le ayudaría. Pero, ¿a qué?. El tenía que descubrir qué había pasado y recuperar el dinero que había recibido de  los Figueroa. La única manera que tenía de hacerlo era volver a casa del escritor y no quería dejarlo pasar más tiempo. Iría ahora.

La dirección de la casa estaba en la calle García Solís. La recordaba bien. Pero no recordaba cómo había llegado allí hacía dos noches. Consultaría en las marquesinas de las paradas de los autobuses en un plano o preguntaría a algún taxista. Otro recuerdo. Sí, eso es lo que había hecho. Anduvo calle arriba mientras veía que alguno pasaba delante de sus narices con el cartel de ocupado en él. Siguió adelante buscando una parada.

El sol ya había dejado de estar en lo más alto del cielo mientras muchas personas seguramente estarían a punto de degustar su comida. Marcelo no podía decir lo mismo, todavía. Aunque esperaba que fuera por poco tiempo. Abandonó esa calle y tomó otras más estrechas, que eran de un solo sentido, hasta que llegó a otra principal donde pasaban autobuses azules y estaba repleta de tiendas y bancos. Más adelante pudo ver una parada de taxi en la que había dos coches esperando, se acercó al primero de ellos. Éste tenía la ventanilla bajada y de ella salía una voz ronca y con bastante volumen que decía:
-
Esta mañana he llamado al hotel y el cliente que se dejó la grabadora por suerte todavía se encuentra allí hospedado. Luego me pasaré en cuanto coma. ¿Que qué marca es? Yo que sé, no entiendo de esos aparatos. Sé que es una grabadora porque mi hijo tiene una.

Marcelo se acercó a la ventanilla lentamente para no asustar al taxista y esperó a que dejara de hablar por la emisora para preguntarle por la dirección.
-
Espera un segundo – habló por la emisora y se quedó mirando a Marcelo de arriba abajo. Solo podía verlo de cintura para arriba y su aspecto aunque ruinoso podía pasar desapercibido.
-
Esa calle la tengo fresca – continuó el taxista hablando -. Anoche estuve allí, déjeme pensar. ¿Cómo va a ir? ¿En coche?
-
Tenía pensado ir andando o en autobús.
-
Está un poco lejos para ir andando, está cerca de Ventas. Desde aquí deberá coger esta avenida hasta llegar a una plaza y … - se dispuso a explicarle la ruta.

Cuando terminó de darle las indicaciones, Marcelo no pudo evitar preguntarle a qué hora estuvo en esa calle por si había coincidido con la hora en la que él estuvo el día anterior (estuvo dudando del día que podía ser, estaba claro que para el taxista había pasado solo un día).
-
Creo que fue a las once y media o así. Recogí a un hombre que … Bueno, eso no hace falta que se lo cuente.
“A las once y media” dijo para sí. Se despidió del taxista dándole las gracias y se puso a recordar la hora a la que salió de la casa de los Figueroa. Podía haber sido a las diez o así, más tarde no lo recordaba, aunque seguía sin tener ni idea de cómo había aparecido en el bar al lado de su casa y qué había hecho durante ese lapso de tiempo. “A ver que piense. Creo recordar el reloj de La Travesía anoche mientras estaba emborrachándome, serían las doce más o menos, no más tarde. “ Entonces, ¿entre las diez y las doce qué hice? ¿Qué ocurrió? Es lo que tenía que averiguar.

El estómago le rugió de repente, pero no podía pararse a comer nada, aunque tampoco tenía demasiado dinero y no quería malgastarlo en cualquier cosa. Su mente debía ir por delante que su estómago y la primera le decía que tenía que andar hasta llegar a la calle García Solís. Y sus pies empezaron a caminar y caminar calle arriba.

Una rotonda con mucho tráfico, semáforos en rojo piando para que la gente cruzara, personas de todas las edades hablando por el móvil, niños con las mochilas cargadas a la espalda, unas palomas sobrevolando sus cabezas, los coches saludándose con sus pitos.

Por fin llegó a la calle tras casi una hora. Necesitaba encontrar el número veintitrés, todavía lo tenía apuntado en la primera hoja de su agenda. Los portales de los pisos fueron pasando hasta que la línea de edificios se cortó y aparecieron un conjunto de casas bajas de color anaranjado cada una con su chimenea. Llegó al número que estaba buscando, allí estaba la puerta metálica que había atravesado la noche anterior. Antes de nada, se quedó mirando a su alrededor, necesitaba que su memoria se activara de nuevo y estaba intentando ayudarla. Se colocó en el quicio de la puerta de la casa de los Figueroa y se giró para ponerse de espaldas a ella y cerró los ojos, debía recordar el momento que salió de allí.
Una luz empezaba a surgir en su memoria, una luz tenue que rápidamente le mostró una noche cerrada con una neblina que minimizaba su visión. Veía pasar alguna persona andando por la acera y una moto que pasó a su lado dejando un estruendo en sus oídos. En el bolsillo de la gabardina tenía el sobre y al ver de sopetón la moto un escalofrío recorrió su cuerpo, e instintivamente su mano derecha acudió al rescate del sobre. Y no lo soltaría hasta que abandonara aquel lugar. Estuvo pensando como volver a su casa, había llegado hasta allí andando, pero no iba a volver de la misma manera con tanto dinero encima. Debía de llamar a un taxi, podía pagarlo con el dinero que acababa de cobrar. Sí, eso haría. Se acercó al borde de la acera para mirar qué coches pasaban y si había un taxi que pudiera parar. Pasaron dos minutos hasta que vio uno, sus ojos no habían dejado un solo momento de mirar a todos los lados, no se fiaba de nada aunque el barrio parecía ser bastante tranquilo. El vehículo, un monovolumen que iba seguramente a más velocidad de la permitida se detuvo más adelante de donde estaba Marcelo. Éste se puso a correr en dirección al taxi como si le persiguieran y esta actitud le pareció sospechosa al conductor (aunque el aspecto del posible cliente también ayudaba) que arrancó sin dudarlo perdiéndolo de vista. Maldijo para sí aunque se le escapó algún taco mientras volvía otra vez al centro de la acera. “Tengo que buscar otro, voy a intentar no abalanzarme hacia él para no asustarlo. Pero mientras voy a ir andando calle abajo.” Llegó al primer cruce y dudó si seguir la ruta que había hecho para llegar hasta allí o intentar seguir en aquella calle donde podrían pasar más taxi. Debía de intentarlo otra vez.

Unos números más arriba él pudo atisbar un grupo de chavales que se acercaban lentamente pero con paso seguro y que no dejaban de mirarle. Un escalofrío recorrió su espalda, no se podía fiar de nadie, así que lo mejor que podía hacer era cambiarse de acera e intentar buscar el taxi por otro lado. Empezó a tener un poco de miedo, él no estaba acostumbrado a esto, pero el tener tanto dinero encima le estaba presionando. Así que, sin pensarlo dos veces, decidió cruzar la calle, pero no llegó a ver un coche que venía embalado. Hubo un instante que se percató de las luces e intentó frenar su carrera y por suerte el vehículo no llegó a envestirle del todo sino que le golpeó en parte de la pierna derecha arrojándole al suelo. Ahí terminaba el recuerdo. A partir de ahí, la nada.

Por lo menos podía explicar el dolor que había tenido en la pierna derecha la noche anterior en el bar y también esta misma mañana. El dinero se lo habrían robado mientras estaba tirado e indefenso en el asfalto, seguramente fue aquel grupo de chavales. “Dios mío, no tengo manera de recuperarlo. Y, ¿si hablo con los Figueroa y les cuento lo sucedido?. Ellos deben saberlo y también el motivo de que volviera atrás en el tiempo. “Tengo que hablar con ellos”. Sin dudarlo, se volvió para llamar al timbre de la puerta, estaba deseando preguntarles.

Solo tuvo que esperar unos segundos antes de que le abrieran, Elisa Figueroa le observó de arriba abajo intentando reconocerle. No tardó en preguntar quién era.
-
¿No sabe quién soy yo?. Estuve ayer por la tarde aquí.
-
¿Ayer? – preguntó sorprendida la mujer.
-
Sí, ustedes me llamaron porque querían hablar conmigo, necesitaban cierta información.
-
¿Información? ¿Para qué …?
-
¿No se acuerda de mí? No puede ser, no puede ser. Ustedes deben de saberlo. Quizás su marido se acuerde – empezó a levantar la voz Marcelo.
- T
ranquilícese, señor. Si me dice quién es usted, quizás pueda ayudarle.
- D
ios mío – reflexionó durante unos segundos para decir. - Soy Marcelo Paredes, el … psicólogo que atendió a su marido en París. Y ayer estuve aquí porque me… me llamaron.
-
Ahh, ¡Marcelo! Ya le recuerdo de París, sí, cuando Edmundo estuvo tan grave, sí. Pero no le vimos ayer, es imposible, ayer no estábamos aquí.
-
¡No puede ser! Quiero hablar con su marido, necesito que él me lo confirme.
-
Vale, tranquilícese, entre un momento y le llamaré. Pero tranquilícese, ¿de acuerdo? – intentó sosegar al hombre que acababa de llamar a la puerta.

Accedió al recibidor que ya había podido contemplar la tarde anterior y esperó inquieto a que el matrimonio Figueroa hiciera acto de presencia. No paraba de apretar sus puños y respirar fuertemente. Cuando llegó por fin Elisa con Edmundo, pudo darse cuenta que él tenía la cara más cansada y las ojeras más profundas. No pudo esperar a que el anfitrión de la casa abriera la boca:
-
Señor, seguro que usted me recuerda. Ayer estuve aquí porque ustedes me llamaron, necesitaban saber qué le hice cuando usted estaba enfermo en París.
-
Sí, sí, le recuerdo – estuvo pensando unos segundos, parecía que a Edmundo le costaba hablar.- Pero no de ayer, sí, todavía tengo frescos esos recuerdos, de esos días en París cuando usted me visitó. Es verdad.
-
¿Y ayer no? Ustedes me prometieron un dinero por darles esa información. ¿No la necesita ahora?
-
¿Para qué? ¿Para qué quiero saberlo? No le entiendo, señor. No podemos ayudarlo.
-
Pero … no puede ser. Después de estar aquí, volví dos noches atrás en el tiempo y estoy viviendo otra vez el mismo día. Ustedes tienen que explicarme esto.
-
Lo siento, señor, pero se tiene que marchar. No entendemos nada de lo que nos está contando – entró en la conversación Elisa con un tono firme.

Marcelo iba a abrir la boca pero se quedó mirándoles a los dos durante unos segundos y tras darle las gracias con desgana, se volvió y salió del recibidor dando un portazo. Los dos Figueroa se quedaron con sus caras en tensión sin decir palabra y al final se relajaron aunque no perdieron su gesto de preocupación. Edmundo volvió su cabeza a la de su mujer y ésta le respondió:
- T
enías razón en lo que dijiste esta mañana. Este hombre iba a volver por aquí.

sábado, 16 de marzo de 2013

Completando El Método ... - Marcelo (2)




Un par de cafés de máquina bien cargados y un croissant en una tienda de alimentación le dieron la suficiente energía a Marcelo para espantar las nubes que continuaban en su cabeza y poner sus ideas en claro. Toda esa cadena de imágenes que acababa de tener se había mostrado tan nítida que era imposible pensar que la hubiera soñado, pero, ¿cuál sería su explicación? Las recordaba pero no sabía a ciencia cierta si habían sucedido de verdad o eran un producto de su imaginación. Así que se puso a pensar más en esos flashbacks (o lo que fueran), a ver más allá e intentar enlazarlos para construir la historia completa. Si fuera un sueño, sería incapaz de organizar las piezas del puzle y rellenarlas con los recuerdos que aún faltaban por salir a la luz.

Su atención regresó a la calle donde se encontraba y buscó con la mirada un banco donde poder sentarse y reflexionar tranquilamente. Dejaría de momento a un lado lo de llamar a su cuñado y pedirle el dinero para pagarles a los Tavares el alquiler. Sus pies le llevaron a un sitio donde no había gente, coches y motos pasando a su alrededor, un parque cercano al que siempre iba a pensar. Allí solo se encontraba con algún anciano o anciana que daba de comer a las palomas mientras añoraba tiempos mejores que nunca volvían. Posó su trasero en el primer asiento libre que vio y las imágenes regresaron a su mente. Otra vez la cadena de sucesos que no tenían un orden establecido. Se fueron repitiendo un par de veces hasta que se unieron algunas más. La extraña llamada en casa de los Tavares, la visita a los Figueroa, la propuesta del matrimonio, la sesión de hipnosis. Y los seiscientos euros en su gabardina tras darles la información que querían. Habían estado en el bolsillo derecho pero ahora… Nada. Quizás se lo robaron, pero, ¿cuándo? ¿Podría haber sido la noche anterior? Podía ser que todo esto hubiera sucedido antes de que llegara al bar a emborracharse y que luego alguien se los hubiera quitado sin que se hubiera dado cuenta o cuando perdió el conocimiento. Pero había una laguna desde que abandonó la casa de los Figueroa y la llegada al local. No, tenía que descartarlo. Eso no pasó la noche anterior, aunque no sabía cómo demostrarlo.

Sus pensamientos volvieron a los seiscientos euros que tan bien le vendrían en esos momentos. Tenía que encontrarlos, los necesitaba. Así no tendría que pedírselos a su cuñado Pedro, porque … ¡si ya se los había pedido! En su cabeza se empezó a iluminar un encuentro que se había producido cerca de la casa de su amigo, él le dio el dinero que le había pedido en un sobre. “No he podido conseguirlo todo, espero que esto te ayude en algo”. ¿Cómo podía ser? Hasta hacía unas horas pensaba en pedirle el dinero sin ni siquiera recordar que ya lo había hecho anteriormente, pero, ¿para qué? ¿Había sido para lo mismo? Solo podía suponer que sí, porque ese encuentro había ocurrido recientemente. No entendía nada, estaba recordando cosas que no sabía cuando habían sucedido y esto le estaba preocupando demasiado. “La bebida, tiene que ser la maldita bebida”, llegó a la conclusión.
¿Y ya? ¿Esa es la solución a su problema? ¿Se iba a contentar con eso? “No” se oyó decir. “Debo buscar el dinero y estoy seguro que así llegaré a lo que quiero saber”.
    En un acto reflejo, registró por segunda y tercera vez su gabardina, por todos los bolsillos posibles y aparte de su agenda que apenas utilizaba, solo encontró una nota de papel con los nombres de Pauline y Manuela y dos teléfonos. Pauline, su ayudante en la consulta que había tenido en París y Manuela, una amiga de su hermana que le había presentado a su ayudante. Los había conseguido gracias a su amigo Pedro. La propuesta de los Figueroa. El matrimonio quería saber algo sobre un suceso que tuvo lugar cuando trabajaba como psicólogo, pero ahora mismo no lo recordaba. En esos momentos no quería saberlo, solo necesitaba saber dónde se encontraba ese dinero, quizás debería retomar la idea de contactar con su cuñado. ¿Y si regresaba a casa a rebuscar entre sus cosas? Antes, podría acercarse al bar La Travesía a preguntar si el sobre se le había caído la noche anterior. Posiblemente el dueño no le ayudaría en absoluto a encontrar el dinero perdido, seguramente si él lo había encontrado se lo quedaría por todas las molestias ocasionadas durante las repetidas borracheras y por el dinero que le debía de la bebida. Pero debía intentarlo, por lo menos conseguir forzarle a que lo confesara. Con su cabeza solo pensando en el dinero, llegó hasta el bar y nada más abrir la puerta, observó como la cara del dueño se arrugaba de tal manera que le dieron ganas de darse la vuelta, pero debía de intentarlo. Se acercó a la barra con una media sonrisa, pero antes de que hablara, el dueño, que presentaba erupciones en la cara y escaso pelo en su cabeza, se adelantó:
- T
odavía me debes cincuenta euros y ya no te los voy a pasar. No te voy a servir nada si no me pagas.
-
No quiero nada. Solo venía a preguntarte una cosa. Pronto voy a conseguir dinero y cuando lo tenga pasaré por aquí a pagarle – le replicó decidido Marcelo.
-
Eso suena bien, espero que sea verdad. Bien, pregúntame lo que quieras, pero que sea pronto.

Había un hombre sentado en la barra, en el otro extremo de la puerta que se quedó mirándole. Parecía que le conocía porque comentó:
-
Marcelo, ya sabes que no le gusta que le entretengan.
-
Nico, lo sé – y dirigiéndose al barman, le preguntó. - ¿Encontraste ayer un sobre tirado en el suelo cuando recogiste el bar?
-
¡Qué coño un sobre! Sí, con seis mil euros no te digo. No he tenido nunca esa suerte.
-
¿Estás seguro?
-
¿Qué pasa que ayer se te perdió uno? ¿Aquí? ¿Tú crees que si yo encontrara un sobre con dinero te lo diría? – las preguntas salían despedidas de su boca casi escupiéndolas.
-
Yo sí, compañero – intervino de nuevo el cliente de la barra. Esta vez se levantó de la silla para acercarse.
-
¿Cómo? – le preguntó asombrado Marcelo.
-
Yo te lo hubiera dicho y no, ayer no vi nada, me quedé con nuestro querido barman hasta que cerró. ¿No es así?
-
Sí, sí … sí, él tiene razón. Vete a buscar ese sobre en otro sitio, aunque es mejor que te vayas olvidando de él – le ayudó en la afirmación el barman.

Sin oír nada más, abandonó el bar sin despedirse y se dirigió a su habitación para registrarla nuevamente. Las siguientes opciones que tenía eran llamar a su amigo o intentar acercarse al único sitio donde le podían ayudar, no solo a recuperar el dinero si no a saber más sobre sus recuerdos inconexos, la casa de los Figueroa. 

Por suerte no se encontró con nadie de la familia Tavares en el piso y se dispuso a mirar en todos los rincones, que no eran muchos, en busca de algo que le pudiera dar alguna pista. Pero nada, nada en absoluto. No quería permanecer mucho tiempo allí para no toparse con ninguno de sus inquilinos y salió a hurtadillas hasta llegar al recibir. Cuando ya abría la puerta para salir se fijó en un sobre naranja que había en el aparador. Era igual al que él había tenido en su bolsillo de la gabardina y que contenía los seiscientos euros que estaba buscando. Pero éste se encontraba vacío. No estaba seguro que fuera el mismo. Pero, ¿y si lo era? ¿Qué hacía allí? ¿Lo había dejado él la noche anterior cuando llegó a casa en medio de la borrachera? Lo revisó por delante y por detrás por si había alguna marca o algo escrito que le resultara familiar. Nada. Un simple sobre naranja sin nada dentro.

     No se lo pensó más y se lo guardó en la gabardina con la idea de salir de allí cuanto antes. Ya se había entretenido bastante en el piso y no quería toparse con ningún Tavares. Bajó las escaleras de dos en dos y llegó a la calle con su mente ocupada por un sinfín de preguntas que necesitaban ser contestadas sobre el dinero y sus recuerdos. Se dispuso a alejarse del portal para tomar calle hacia abajo y acercarse a uno de los muchos locutorios que ofrecía el barrio, uno de los negocios más florecientes. Nada más entrar se acercó a una ventanilla para preguntar en qué cabina podía llamar, estaba decidido a hablar con su cuñado y preguntarle cuándo le había pedido dinero y si en realidad lo había hecho. Marcó rápidamente, nervioso, y esperó los tonos mientras se rascaba la sien izquierda. Tenía que estar trabajando y tendría el móvil en su taquilla, recordó que iba a trabajar a una fábrica de bobinados. Recordaba que las otras veces le había llamado por la tarde. Saltó el buzón de voz. “Mierda, ahora me han cobrado. Joder” dijo para sí. “Ahora tengo que pagar”. Y salió de la cabina maldiciendo para sí y se acercó de nuevo a la ventanilla para ver cuánto debía.
-
Son veintidós céntimos, compadre.
-
¿Cómo? ¿Podría repetir? – le preguntó al dueño del negocio sin pensarlo.
-
¡Que son veintidós céntimos, compadre! ¿Ahora sí lo ha oído?

     Esa frase le resultaba familiar y necesitaba que la repitiera para cerciorarse de que la había escuchado no hacía mucho tiempo. Un par de días como mucho. Y en esos momentos escuchó un comentario en la radio que se oía de fondo que le desgarró por dentro. “Estas son las noticias del jueves diecinueve de febrero”.
- Dios, ¿hoy es diecinueve de febrero? Creo que hoy debe ser sabado día veintiuno.
-
No, señor, usted se equivoca. Hoy es jueves – el de la ventanilla no dudó en contestarle.
-
No puede ser, hace un par de días yo escuché ese comentario de la radio aquí. Vine a llamar por teléfono. Estoy seguro – exclamó Marcelo levantando la voz.
-
Pues yo le puedo asegurar que no vino por aquí. Se lo puede decir mi mujer si quiere, nunca se le olvida la cara de un gringo.

viernes, 8 de marzo de 2013

Ya estamos aquí de nuevo --- Completando El Método ...

Muy buenas a todos vosotros.

Antes de nada quería pediros disculpas por esta semana de retraso que hemos tenido, aunque más bien diría de descanso para preparar lo mejor posible el inicio de la última historia de Completando El Método. En esta ocasión se centra en Marcelo Paredes, el psicólogo que ayudó en su enfermedad a Edmundo Figueroa y que aparece al final de la novela de El método ... De momento hoy tenemos la primera entrega. Espero que os guste, queridos lectores.

Completando El Método ... - Marcelo (1)



A lo largo de su vida, nunca había pensado que iba a tener una amiga inseparable cada vez que se despertaba por las mañanas. Pero allí estaba, ese dolor intenso en las sienes que siempre le acompañaba, gracias a las noches de borracheras cada vez más habituales. Su vida había dado un giro radical y ahora no se encontraba con fuerzas para cambiarla, solo se dejaba llevar y acababa visitando los bares del barrio de los que le echaban tras gritar y cantar como si no hubiera mañana. Pero aquel día se sentía extraño, el dolor parecía distinto y no tenía ni los brazos ni las piernas tan entumecidas como acostumbraba a sentirlas. Además le llovían imágenes de la noche anterior, cosa que nunca le solía ocurrir, tan inconexas y tan borrosas que era imposible encajarlas en el tiempo.

Vivía en el centro de Madrid en una habitación alquilada, compartiendo un piso ruinoso con una familia numerosa de colombianos. De las cuatro habitaciones del piso, la más pequeña era la que servía a Marcelo de hogar y estaba compuesta de lo básico: una cama con un colchón lleno de bultos y un somier que sonaba como una puerta mal engrasada cada vez que te movías. Además, había una silla que había perdido toda la pintura original donde solía “colocar” la ropa y un perchero con un solo brazo en un rincón. Tenía la gran suerte de tener una ventana que daba a un patio por donde podía entrar la luz y el aire que muy de vez en cuando ventilaba la habitación.

Estaba masajeando sus sienes para calmar el dolor cuando de repente otro de mayor intensidad le sobrevino en el muslo derecho. “Dios”. Otra vez. Se intentó bajar los pantalones vaqueros con los que solía dormir para comprobar si tenía alguna herida o moratón que fuera el causante del terrible dolor. Ya hacía tiempo que no se ponía pijama, cuando llegaba borracho a casa su único propósito era dormir… No pudo reprimir un grito. “Necesito un vaso de agua, o dos, o tres”. La garganta le ardía y la cabeza parecía a punto de entrar en erupción.

     La noche anterior había estado en el bar de la esquina, la Travesía, tomando chatos de vino, (su presupuesto no le daba para whiskies o brandys), cuando le sobrevino el dolor en el muslo por primera vez. Estuvo a punto de caerse del taburete y no pudo evitar soltar un grito que hizo que las dos únicas personas que quedaban en el bar se fijaran en él. Aunque no pasaba desapercibido por el volumen de su voz y sus escupitajos sobre la barra a la vez que hablaba. Un viejo que estaba a su lado le ayudó a colocarse otra vez sobre el taburete con la atenta mirada del dueño del bar que se le acercó a animarle a que se fuera. “No más vino, Marcelo. Ya es tarde”. Consiguió balbucear. ”Pero, si esto está lleno, jefe”. No tardó en salir del local dando tumbos y hablando alto como si le molestara el silencio. Se puso a andar, mejor dicho, a moverse por la calle como si le pesaran los tobillos con el dolor en la pierna que le empezaba a remitir. Se calló de repente y miró alrededor como si se acabara de despertar y se sintió extrañamente familiar. En su cabeza estaba viendo o viviendo un dejavú. Debe ser difícil sentirlo cuando estás borracho, pero a Marcelo Paredes sí le ocurrió. Alguien con un suéter rojo y orejeras llevaba un perro con la correa, el camión de la basura esperando junto a unos contenedores y tres moñigas que pudo sortear, igual que la otra vez. Hasta que sus huesos acabaron en el suelo. Los recuerdos terminaban allí, no sabía si alguien le ayudó a llegar a casa o si él solo por su propio pie llegó a su habitación. Pero esos tres pequeños detalles estaban frescos en su memoria como si se hubieran grabado a fuego.
    
     Con la cabeza embotada y dando alguna zancada extraña para mitigar el dolor, salió al pasillo que le llevaría al baño. Necesitaba una ducha, aunque no tenía claro si el baño iba a estar libre. Respiró hondo, se rascó la pierna dolorida y cuando levantó su mirada se encontró con la de la dueña de la casa. Era una mujer morena, cerca de los cuarenta, rechoncha, el pelo rizado negro y la nariz aplastada y le soltó a Marcelo con un cierto tono de desprecio:

     -Ya se ha levantado el señor. No creo que le importe que le diga que tiene mala cara… otra vez.
-       - El baño está libre, supongo. Necesito …

     Y la mujer se quedó ahí parada con cara de pocos amigos mientras el hombre tuvo que esquivarla y llegar a un lugar seguro, al retrete, sin ni siquiera cerrar la puerta del baño. Hundió la cabeza en él y empezó a desahogar su cuerpo, con la voz chillona de la mulata de fondo sugiriéndole que cerrara la maldita puerta. 

   -¡Menudo españolito me he tenido que agensiar! – gritaba la susodicha. Ella solo pudo aguantar unos segundos más detrás de él, la única respuesta de Marcelo fue el sonido de sus vómitos. 

     Tras un par de minutos, se pudo levantar con dificultad y se puso delante del espejo para mirar el horrible estado de su cara. El único pensamiento que le vino a la cabeza en ese momento fue dejar la bebida ipso facto, como había ocurrido tantas veces. “Necesito que me dé el aire”, concluyó. Tras lavarse la cara como un total de cinco veces y ni siquiera pararse a secársela se dirigió otra vez a la habitación. Antes de llegar a ella se topó con la hermana de la dueña, una copia calcada algo más baja y con la mirada aún más llena de desprecio.

     - A mi hermana no le gusta hablar de dinero y me deja esos temas a mí. Así que le hablaré claro. O nos paga mañana o tendré que hablar con algunos amigos míos para que le ayuden a pagar. Se lo repito, mañana o … No hace falta que se lo diga. 
     - De acuerdo, de acuerdo. Tengo que hablar con un amigo, él me prestará el dinero.
     - Me da igual quién se lo dé, pero lo necesito mañana. ¿Me entiende, compadre? – Marcelo no pudo hacer otra cosa que asentir y entrar en la habitación lo antes posible.

Llevaba ya tres meses sin pagarles el alquiler y ya no sabía qué contarles. Le alquilaron la habitación aun no teniendo trabajo, pero les entregó un curriculum suyo en el que decía que había trabajado como psicólogo en varios países hace años y no le pusieron ninguna pega. Esto le había valido como garantía en un principio, pero ahora lo que querían era el dinero por delante y si no se lo daba podían mostrarse muy violentos. No le quedaba otra opción que pedirle el dinero a Pedro o directamente, pensar seriamente en escapar de allí. Aunque le podría resultar difícil recoger sus cosas y sacarlas sin que le vieran. Dentro del piso siempre había alguien de la familia Tavares, tendría que pensar en algún plan pero ahora no era buen momento para tramarlo. De momento necesitaba salir a la calle a tomar algo de aire y pensar con la cabeza más despejada.

Lo primero que hizo nada más llegar a la habitación fue buscar algo de dinero en su gabardina y en las diferentes prendas que tenía tiradas por el suelo. Quería llevar dinero suelto encima por si decidía llamar a su amigo Pedro y la mejor manera de contactar con él era así, mejor que presentarse de improviso en su casa y encontrarse con su hermana. Pedro, además de su mejor amigo era su cuñado y con él todavía tenía una buena relación, mientras que su hermana, cada vez que se veían le reprochaba que nunca le había hecho ningún caso cuando a él le iban las cosas bien. Examinó entre las sábanas, debajo de la cama, en el suelo… y por fin en el cajón de la mesilla encontró un billete de diez euros y un par de monedas de un euro, que le hicieron sonreír aunque solo fuera por unos segundos. Tendría suficiente para comprarse algo que llevarse a la boca aunque su estómago de momento no estaba por la labor.

En el pasillo no había moros en la costa; volvió al baño, se mojó el pelo echándoselo hacia atrás y se enjuagó la boca para hacer desaparecer los restos de vómito que aún debía de tener. Volvió a la habitación a coger la gabardina y salió por la puerta de la calle respirando aliviado por no encontrarse otra vez de frente con ningún miembro de la familia Tavares. Nada más posar su bota en el suelo de la calle, le rozó una brisa un tanto fría que le puso los pelos de punta. Respiró hondo pero un mejunje de olores desagradables que llenaban el ambiente, se introdujo en su nariz haciéndole toser. Plástico quemado, la basura de los contenedores abiertos, los orines de algún animal (racional o no), defecaciones de los perros, el humo de los coches. Metiéndose las manos en los bolsillos de la gabardina para resguardárselas, sus dedos parecían echar algo en falta en su interior, pero no recordaban el qué. Se rozaron entre sí como queriendo buscar en su huesuda memoria. ¿Qué podría ser? Una furgoneta pasaba en esos momentos cerca de él por la calle y le hizo levantar la mirada y fijarse en el letrero que tenía serigrafiado. “Mudanzas García Solis”. García Solis. Aquello parecía una dirección, sí, ¡claro que lo era! Hacía unos días o quizás unas horas había estado allí, pero, ¿para qué? Su mente se estaba empezando a despejar gracias a la brisa matutina y empezaba a dar con algo. Algo distinto a lo que había pasado la noche anterior. ¿Dinero? Sí, había tenido dinero en los bolsillos. Billetes. Billetes de cincuenta euros. Pero, ¿cómo los había conseguido? El escritor.
 
Y una cadena de ideas se dibujó delante de él: psicólogo, Figueroa, París, hipnosis, llamadas, seiscientos euros, un golpe. Nubes.
Pero, ¿todo esto lo había soñado o lo había vivido?

En la proxima entrega sabremos más acerca de esos recuerdos que acaba de tener Marcelo y que le resulta imposible ubicar. ¿Se encontrará de nuevo con Edmundo Figueroa?