Un par de cafés de máquina bien cargados y un croissant en una tienda de alimentación le dieron la suficiente energía a Marcelo para espantar las nubes que continuaban en su cabeza y poner sus ideas en claro. Toda esa cadena de imágenes que acababa de tener se había mostrado tan nítida que era imposible pensar que la hubiera soñado, pero, ¿cuál sería su explicación? Las recordaba pero no sabía a ciencia cierta si habían sucedido de verdad o eran un producto de su imaginación. Así que se puso a pensar más en esos flashbacks (o lo que fueran), a ver más allá e intentar enlazarlos para construir la historia completa. Si fuera un sueño, sería incapaz de organizar las piezas del puzle y rellenarlas con los recuerdos que aún faltaban por salir a la luz.
Su atención regresó a la calle donde se encontraba y buscó con la mirada un banco donde poder sentarse y reflexionar tranquilamente. Dejaría de momento a un lado lo de llamar a su cuñado y pedirle el dinero para pagarles a los Tavares el alquiler. Sus pies le llevaron a un sitio donde no había gente, coches y motos pasando a su alrededor, un parque cercano al que siempre iba a pensar. Allí solo se encontraba con algún anciano o anciana que daba de comer a las palomas mientras añoraba tiempos mejores que nunca volvían. Posó su trasero en el primer asiento libre que vio y las imágenes regresaron a su mente. Otra vez la cadena de sucesos que no tenían un orden establecido. Se fueron repitiendo un par de veces hasta que se unieron algunas más. La extraña llamada en casa de los Tavares, la visita a los Figueroa, la propuesta del matrimonio, la sesión de hipnosis. Y los seiscientos euros en su gabardina tras darles la información que querían. Habían estado en el bolsillo derecho pero ahora… Nada. Quizás se lo robaron, pero, ¿cuándo? ¿Podría haber sido la noche anterior? Podía ser que todo esto hubiera sucedido antes de que llegara al bar a emborracharse y que luego alguien se los hubiera quitado sin que se hubiera dado cuenta o cuando perdió el conocimiento. Pero había una laguna desde que abandonó la casa de los Figueroa y la llegada al local. No, tenía que descartarlo. Eso no pasó la noche anterior, aunque no sabía cómo demostrarlo.
Sus pensamientos volvieron a los seiscientos euros que tan bien le vendrían en esos momentos. Tenía que encontrarlos, los necesitaba. Así no tendría que pedírselos a su cuñado Pedro, porque … ¡si ya se los había pedido! En su cabeza se empezó a iluminar un encuentro que se había producido cerca de la casa de su amigo, él le dio el dinero que le había pedido en un sobre. “No he podido conseguirlo todo, espero que esto te ayude en algo”. ¿Cómo podía ser? Hasta hacía unas horas pensaba en pedirle el dinero sin ni siquiera recordar que ya lo había hecho anteriormente, pero, ¿para qué? ¿Había sido para lo mismo? Solo podía suponer que sí, porque ese encuentro había ocurrido recientemente. No entendía nada, estaba recordando cosas que no sabía cuando habían sucedido y esto le estaba preocupando demasiado. “La bebida, tiene que ser la maldita bebida”, llegó a la conclusión.
¿Y ya? ¿Esa es la solución a su problema? ¿Se iba a contentar con eso? “No” se oyó decir. “Debo buscar el dinero y estoy seguro que así llegaré a lo que quiero saber”.
En un acto reflejo, registró
por segunda y tercera vez su gabardina, por todos los bolsillos posibles y
aparte de su agenda que apenas utilizaba, solo encontró una nota de papel con los
nombres de Pauline y Manuela y dos teléfonos. Pauline, su ayudante en la
consulta que había tenido en París y Manuela, una amiga de su hermana que le
había presentado a su ayudante. Los había conseguido gracias a su amigo Pedro.
La propuesta de los Figueroa. El matrimonio quería saber algo sobre un suceso
que tuvo lugar cuando trabajaba como psicólogo, pero ahora mismo no lo
recordaba. En esos momentos no quería saberlo, solo necesitaba saber dónde se
encontraba ese dinero, quizás debería retomar la idea de contactar con su
cuñado. ¿Y si regresaba a casa a rebuscar entre sus cosas? Antes, podría acercarse
al bar La Travesía a preguntar si el sobre se le había caído la noche anterior.
Posiblemente el dueño no le ayudaría en absoluto a encontrar el dinero perdido,
seguramente si él lo había encontrado se lo quedaría por todas las molestias
ocasionadas durante las repetidas borracheras y por el dinero que le debía de
la bebida. Pero debía intentarlo, por lo menos conseguir forzarle a que lo
confesara. Con su cabeza solo pensando en el dinero, llegó hasta el bar y nada
más abrir la puerta, observó como la cara del dueño se arrugaba de tal manera
que le dieron ganas de darse la vuelta, pero debía de intentarlo. Se acercó a
la barra con una media sonrisa, pero antes de que hablara, el dueño, que
presentaba erupciones en la cara y escaso pelo en su cabeza, se adelantó:
- Todavía me debes cincuenta euros y ya no te los voy a pasar. No te voy a servir nada si no me pagas.
- No quiero nada. Solo venía a preguntarte una cosa. Pronto voy a conseguir dinero y cuando lo tenga pasaré por aquí a pagarle – le replicó decidido Marcelo.
- Eso suena bien, espero que sea verdad. Bien, pregúntame lo que quieras, pero que sea pronto.
Había un hombre sentado en la barra, en el otro extremo de la puerta que se quedó mirándole. Parecía que le conocía porque comentó:
- Marcelo, ya sabes que no le gusta que le entretengan.
- Nico, lo sé – y dirigiéndose al barman, le preguntó. - ¿Encontraste ayer un sobre tirado en el suelo cuando recogiste el bar?
- ¡Qué coño un sobre! Sí, con seis mil euros no te digo. No he tenido nunca esa suerte.
- ¿Estás seguro?
- ¿Qué pasa que ayer se te perdió uno? ¿Aquí? ¿Tú crees que si yo encontrara un sobre con dinero te lo diría? – las preguntas salían despedidas de su boca casi escupiéndolas.
- Yo sí, compañero – intervino de nuevo el cliente de la barra. Esta vez se levantó de la silla para acercarse.
- ¿Cómo? – le preguntó asombrado Marcelo.
- Yo te lo hubiera dicho y no, ayer no vi nada, me quedé con nuestro querido barman hasta que cerró. ¿No es así?
- Sí, sí … sí, él tiene razón. Vete a buscar ese sobre en otro sitio, aunque es mejor que te vayas olvidando de él – le ayudó en la afirmación el barman.
- Todavía me debes cincuenta euros y ya no te los voy a pasar. No te voy a servir nada si no me pagas.
- No quiero nada. Solo venía a preguntarte una cosa. Pronto voy a conseguir dinero y cuando lo tenga pasaré por aquí a pagarle – le replicó decidido Marcelo.
- Eso suena bien, espero que sea verdad. Bien, pregúntame lo que quieras, pero que sea pronto.
Había un hombre sentado en la barra, en el otro extremo de la puerta que se quedó mirándole. Parecía que le conocía porque comentó:
- Marcelo, ya sabes que no le gusta que le entretengan.
- Nico, lo sé – y dirigiéndose al barman, le preguntó. - ¿Encontraste ayer un sobre tirado en el suelo cuando recogiste el bar?
- ¡Qué coño un sobre! Sí, con seis mil euros no te digo. No he tenido nunca esa suerte.
- ¿Estás seguro?
- ¿Qué pasa que ayer se te perdió uno? ¿Aquí? ¿Tú crees que si yo encontrara un sobre con dinero te lo diría? – las preguntas salían despedidas de su boca casi escupiéndolas.
- Yo sí, compañero – intervino de nuevo el cliente de la barra. Esta vez se levantó de la silla para acercarse.
- ¿Cómo? – le preguntó asombrado Marcelo.
- Yo te lo hubiera dicho y no, ayer no vi nada, me quedé con nuestro querido barman hasta que cerró. ¿No es así?
- Sí, sí … sí, él tiene razón. Vete a buscar ese sobre en otro sitio, aunque es mejor que te vayas olvidando de él – le ayudó en la afirmación el barman.
Sin oír nada más, abandonó el
bar sin despedirse y se dirigió a su habitación para registrarla nuevamente.
Las siguientes opciones que tenía eran llamar a su amigo o intentar acercarse
al único sitio donde le podían ayudar, no solo a recuperar el dinero si no a
saber más sobre sus recuerdos inconexos, la casa de los Figueroa.
Por suerte no se encontró
con nadie de la familia Tavares en el piso y se dispuso a mirar en todos los
rincones, que no eran muchos, en busca de algo que le pudiera dar alguna pista.
Pero nada, nada en absoluto. No quería permanecer mucho tiempo allí para no
toparse con ninguno de sus inquilinos y salió a hurtadillas hasta llegar al
recibir. Cuando ya abría la puerta para salir se fijó en un sobre naranja que
había en el aparador. Era igual al que él había tenido en su bolsillo de la
gabardina y que contenía los seiscientos euros que estaba buscando. Pero éste
se encontraba vacío. No estaba seguro que fuera el mismo. Pero, ¿y si lo era? ¿Qué
hacía allí? ¿Lo había dejado él la noche anterior cuando llegó a casa en medio
de la borrachera? Lo revisó por delante y por detrás por si había alguna marca
o algo escrito que le resultara familiar. Nada. Un simple sobre naranja sin
nada dentro.
No se lo pensó más y se lo
guardó en la gabardina con la idea de salir de allí cuanto antes. Ya se había entretenido
bastante en el piso y no quería toparse con ningún Tavares. Bajó las escaleras
de dos en dos y llegó a la calle con su mente ocupada por un sinfín de
preguntas que necesitaban ser contestadas sobre el dinero y sus recuerdos. Se
dispuso a alejarse del portal para tomar calle hacia abajo y acercarse a uno de
los muchos locutorios que ofrecía el barrio, uno de los negocios más
florecientes. Nada más entrar se acercó a una ventanilla para preguntar en qué
cabina podía llamar, estaba decidido a hablar con su cuñado y preguntarle cuándo
le había pedido dinero y si en realidad lo había hecho. Marcó rápidamente,
nervioso, y esperó los tonos mientras se rascaba la sien izquierda. Tenía que
estar trabajando y tendría el móvil en su taquilla, recordó que iba a trabajar
a una fábrica de bobinados. Recordaba que las otras veces le había llamado por
la tarde. Saltó el buzón de voz. “Mierda, ahora me han cobrado. Joder” dijo
para sí. “Ahora tengo que pagar”. Y salió de la cabina maldiciendo para sí y se
acercó de nuevo a la ventanilla para ver cuánto debía.
- Son veintidós céntimos, compadre.
- ¿Cómo? ¿Podría repetir? – le preguntó al dueño del negocio sin pensarlo.
- ¡Que son veintidós céntimos, compadre! ¿Ahora sí lo ha oído?
- Son veintidós céntimos, compadre.
- ¿Cómo? ¿Podría repetir? – le preguntó al dueño del negocio sin pensarlo.
- ¡Que son veintidós céntimos, compadre! ¿Ahora sí lo ha oído?
Esa frase le resultaba
familiar y necesitaba que la repitiera para cerciorarse de que la había
escuchado no hacía mucho tiempo. Un par de días como mucho. Y en esos momentos
escuchó un comentario en la radio que se oía de fondo que le desgarró por
dentro. “Estas son las noticias del jueves diecinueve de febrero”.
- Dios, ¿hoy es diecinueve de febrero? Creo que hoy debe ser sabado día veintiuno.
- No, señor, usted se equivoca. Hoy es jueves – el de la ventanilla no dudó en contestarle.
- No puede ser, hace un par de días yo escuché ese comentario de la radio aquí. Vine a llamar por teléfono. Estoy seguro – exclamó Marcelo levantando la voz.
- Pues yo le puedo asegurar que no vino por aquí. Se lo puede decir mi mujer si quiere, nunca se le olvida la cara de un gringo.
- Dios, ¿hoy es diecinueve de febrero? Creo que hoy debe ser sabado día veintiuno.
- No, señor, usted se equivoca. Hoy es jueves – el de la ventanilla no dudó en contestarle.
- No puede ser, hace un par de días yo escuché ese comentario de la radio aquí. Vine a llamar por teléfono. Estoy seguro – exclamó Marcelo levantando la voz.
- Pues yo le puedo asegurar que no vino por aquí. Se lo puede decir mi mujer si quiere, nunca se le olvida la cara de un gringo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario