Sinopsis

Edmundo Figueroa unos de los grandes escritores de nuestro tiempo acoge a su antiguo amigo, Leandro Delpuente en su nueva residencia en Madrid para concederle la única entrevista que ha hecho en muchos años. A lo largo de este encuentro, el autor llega a insinuar la existencia de un método muy especial que utiliza para crear sus obras. A partir de este momento, Leandro se obsesiona por descubrir el funcionamiento del método hasta tal punto que llega a olvidarse de su trabajo y se ve envuelto en un mundo ajeno a él. En este mundo todo tiene cabida: la búsqueda de la verdad, los desencuentros, la pasión por la escritura, la fragilidad del éxito y del amor.

viernes, 25 de enero de 2013

Completando El Método ... - Nicola (3)

Después de tres días, pensaba que lo que le había escrito su amigo Stefan en la primera carta no iba a dar ningún resultado, esa visita no llegaría jamás. Cómo  iba a pensar que tocando la marcha turca todas las tardes,  vendría ante la puerta del piso una niña. Era una de las más guapas que había visto en mucho tiempo,  con una sonrisa perfecta, sus ojos claros, su piel blanquecina, su barbilla redondeada, su pelo color caoba y sus incontables pecas por la cara le hacían ser especial. Sonrió sin saber qué decirle y en ese momento supo que era la persona a la que estaba esperando, no le daba la impresión que hubiera llamado al timbre por error. Al oír su voz, reconoció a la vecina que había podido escuchar a través de las paredes y un escalofrío recorrió su cuerpo, una sensación de familiaridad que podía romper la barrera que había entre los dos. Porque Nicolá no se encontraba demasiado cómodo con los niños, nunca había sabido qué decirles ni había mostrado ningún interés. 

La invitó a entrar pero sus dudas no le ayudaron demasiado y sin saber por qué se dispuso a enseñarle algunas de las habitaciones de la casa hasta que llegaron a la sala donde se encontraba el instrumento que había utilizado para llamar a la niña, el piano. Ya sabía cómo romper el hielo, tocaría alguna pieza más para ella y también, porque no, podría enseñarle. Hacía tantos años que no ejercía como profesor de música que ahora se presentaba una oportunidad idónea para hacerlo. Tenía muchas ganas de volver a ser lo que había sido durante años en su pasado. Se sentó en el banco con la atenta mirada de Jana (su nombre era lo único que se había atrevido a preguntarle) y tocó La primavera de Vivaldi y a medida que sonaba la música se puso a hablarle. Le contó cómo fue la primera vez que había tocado el piano y esto hizo que se relajaran y que la confianza fluyera entre los dos. La velada duró una hora más como mucho y hasta dejó que ella se sentara en el banco y experimentara lo que se sentía al estar delante de aquella maravilla fabricada por el hombre.

Después de la primera carta, pasaron tres días en los que hizo lo que le pidió sin ni siquiera preguntarse el porqué de aquello ni quién sería la visita misteriosa que le decía la carta. No sabía la razón por la que no se llegaba a cuestionar nada de esto, simplemente obedecía porque algo dentro de él así se lo indicaba. Llegó una segunda carta en la que literalmente le animaba a que no desesperase en su tarea. “Pero, por lo que más quieras, no salgas de la casa.” Era la última frase que aparecía en la carta. ¿Por qué no debía de salir? se preguntaba Nicolá, ¿dónde podría estar Stefan? No parecía que hubiera salido de la ciudad.

Se sucedieron las tardes con las visitas de Jana y se fue  encontrando más a gusto con su presencia. Continuaron las clases de Nicolá en las que disfrutaba como si se hubiera reencontrado con un amigo de la infancia. Podía sentir que Jana se encontraba hipnotizada con él, siempre atento a sus palabras y siempre mirándole tan fijamente. Pero el resto del día que no estaba con la niña,  se sentía atrapado en la casa y cansado de estar entre cuatro paredes, necesitaba tomar el aire y dar un paseo. No conocía Craiova y no pensaba marcharse de la ciudad sin conocerla. Las cartas le advertían que no abandonara la casa, pero él no entendía el porqué de esta petición. La única manera de saberlo era preguntándoselo a su amigo Stefan, pero no tenía ninguna manera de comunicarse con él, aunque podría probar a salir para ver qué sucedía. Le quería mantener a salvo de algo, pero, ¿de qué? Se le ocurrió hablar primero con el portero que le subía la correspondencia y preguntarle por la procedencia de las mismas.
- Las trae el cartero, señor. 
- Pero no tienen matasellos. Usted sabe algo. – le señaló Nicolá con tono algo brusco. 
- Yo no puedo saber nada. Soy anciano, trabajo más de quince horas y tengo que estar atento a tantas cosas... Pero no sé nada, señor. Solo le puedo decir que dejan las cartas por debajo de la puerta del portal antes de que yo venga. No tengo manera de saber quién las deja. 
- ¿El señor Maeros le dejó algún teléfono o dirección donde poder localizarle? 
- No, creo que se marchaba fuera del país. No puedo decirle nada más. Tengo trabajo. - Esto no le aclaraba nada y en su cabeza, las preguntas aumentaban por doquier. 

Habían pasado un par de semanas desde el primer encuentro con Jana cuando un día tras las clases empezaron a hablar de la madre de ella. 
- Hoy llegará más tarde. Creo que la invitaban a cenar. 
- Puedes quedarte a cenar conmigo, así también tendrás una cita, como tu madre. – le propuso Nicolá. 
- ¿Una cita? – frunciendo el ceño. 
- Sí, conmigo, soy un poco mayor para ti, pero soy agradable. No tengo mucha variedad de comida, pero puedo ofrecerte una buena conversación. Te puedo contar anécdotas de Mozart o de Chopin. 
- Eso es mucho mejor que quedarme sola en casa. Tengo a mi muñeca Maga, pero contigo me lo pasaré mejor. 
- ¿Cómo vas a saber cuándo volverá tu madre? 
- A mi madre le gusta beber, nunca llega antes de las diez – admitió Jana poniendo cara de que aquello era bastante normal. 
- Bien, espero que no beba demasiado, aunque… - iba a decir algo, pero se contuvo. Ya había oído en más de una ocasión gritarle a Jana cuando llegaba a casa por la noche. – Por cierto, ¿en qué trabaja? 
- No lo sé, apenas me cuenta nada.

Durante la cena un tanto pobre, ya que era lo que disponía la despensa, Jana empezó a sincerarse con Nicolá contándole que nunca conoció a su padre. Hasta desconocía su nombre y su madre apenas hacía referencia a él. Alguna vez que le había preguntado a su madre, ella había respondido con evasivas e incluso había amenazado con pegarla si insistía demasiado. Cuando terminaron de cenar, fueron a la biblioteca y él tomó la palabra para contarle las anécdotas que le había prometido. A las diez en punto, cuando el reloj de la biblioteca tocó las diez campanadas, la niña se levantó del sillón como un resorte y se dispuso a despedirse. Nicolá le acompañó a la puerta y vio cómo salía al rellano y se asomaba por encima de la escalera para observar el piso inferior. Su cara se puso colorada en un momento cuando volvió su cabeza para ver a Nicolá, que todavía estaba en la entrada. 
- Mi madre. Ya ha llegado – dijo susurrando y puso su dedo índice en sus labios para que no abriera la boca.
Los dos se quedaron quietos sin mover un músculo hasta que la puerta de la casa de Jana se cerró. La niña, sobrecogida y nerviosa, se acercó a él diciendo. 
- Mi madre … mi madre ha llegado antes de tiempo. Se va, se va – tartamudeaba un poco - a enfadar mucho cuando no me vea en casa. Me tienes que ayudar, Nicolá. 
- Pero, ¿cómo? – se sorprendió el hombre. 
- Invéntate algo, por favor, no quiero que mi madre me riña ni … - exhaló aire y continuó - ni me pegue. 
- ¿Pegarte? No debería, podría reñirte por no estar en casa y estar en casa de un desconocido… - abrió sus ojos y levantó sus brazos exaltado. 
- Ayúdame. 
- Improvisaré algo, Jana – y la niña le dio las gracias.

Nicolá cogió su abrigo y salió con Jana al rellano y se dispusieron a tomar la escalera. Una voz dentro de él empezó a repetir una frase en su cabeza. “No debes salir de casa. No debes de salir de casa”. Hubo un momento que Nicolá se detuvo para resoplar en voz baja y preguntarse el porqué de esta repentina advertencia. “No debes de salir de casa”. “¿Por qué no? ¿Por qué tengo que hacer todo lo que me dice Stefan?” Y en su interior algo le respondió: “Porque él te ha ayudado a conocer a Jana.” De uno de los rincones del rellano del piso donde acababan de posar sus pies emergió de la oscuridad una figura que hizo que los dos se quedaran paralizados un instante. Lentamente se fue dirigiendo a la luz hasta que pudieron ver al portero del bloque que se acercaba a ellos con rostro serio  y frío. 
- Hola, señores, ¿qué tal? – su voz era algo más ronca y se presentaba ojeroso y algo encorvado.
Nicolá, todavía con la tensión en el cuerpo, tenía su garganta muda, solo en su interior era capaz de articular palabras. “Parece como si nos estuviera esperando, como si … quisiera evitar que entrara en aquella casa”. 
- Señor Radou, es mejor que me presente yo con la señorita. Su madre no se extrañará en absoluto y yo le contaré un cuento para que no la regañe. 
- ¿Cómo sabías que …? – fue lo único que pudo llegar a expresar Nicolá. 
- Es mi trabajo, sé los horarios de todos los vecinos y cómo se comportan.
“No quiere que salga de casa, no quiere que me presente con Jana ante su madre. “ 
- Es lo mejor para todos. Hágame caso. Ahora mismo está lleno de dudas pero espere a mañana. Una nueva carta se las despejará.

1 comentario:

  1. Cada vez está más interesante la historia, ya tengo ganas de saber cómo termina.

    Enhorabuena,
    Manuela

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