Sinopsis

Edmundo Figueroa unos de los grandes escritores de nuestro tiempo acoge a su antiguo amigo, Leandro Delpuente en su nueva residencia en Madrid para concederle la única entrevista que ha hecho en muchos años. A lo largo de este encuentro, el autor llega a insinuar la existencia de un método muy especial que utiliza para crear sus obras. A partir de este momento, Leandro se obsesiona por descubrir el funcionamiento del método hasta tal punto que llega a olvidarse de su trabajo y se ve envuelto en un mundo ajeno a él. En este mundo todo tiene cabida: la búsqueda de la verdad, los desencuentros, la pasión por la escritura, la fragilidad del éxito y del amor.

viernes, 22 de febrero de 2013

Completando El Método ... - Héctor (Conclusión)


      Al recibir la carta me sobresalté.  No era la primera vez que Felipe me escribía, pero el sello de URGENTE y aquellas letras mayúsculas me hicieron estremecer. Mientras la abría, rezaba para que no le hubiera pasado nada. En la carta, Felipe me explicaba que Elana y Eloísa habían muerto en extrañas circunstancias. Las encontraron en la cocina. El forense determinó que la causa de la muerte fue un escape de gas butano. Una investigación posterior, confirmó que ese escape había sido intencionado. Los vecinos alertaron del fuerte olor y por eso acudieron a la casa la guardia civil y al alcalde. La desgracia podría haber sido mayor, ya que de haber tardado un poco más, se habría producido una explosión y las consecuencias hubieran sido mucho peores. Esto ocurrió a los dos años de haberme marchado. Volví de nuevo a quedarme huérfano. Por segunda vez. 

No pude evitar sentir cierta culpabilidad. ¿Tan desesperadas se encontraron después de mi partida? Yo sabía que era imprescindible para ellas en el sentido de que delegaban en mí la mayoría de las tareas, pero también sabía que ellas podían valerse por sí mismas si querían. No estaban inválidas y sus condiciones físicas eran envidiables a pesar de su edad. No paré de pensar durante bastante tiempo que yo fui la causa principal de aquella decisión tan horrible. A lo mejor sí me querían de verdad y la pena les invadió al irme. Miles de pensamientos fugaces corrían por mi mente a la velocidad de la luz y casi llegué a pensar que yo mismo necesitaría ayuda psicológica para superarlo. La única manera de sentirme un poco mejor era ir al pueblo a visitar sus tumbas, al menos les debía eso. Pero decidí esperar un poco más, porque no me sentía preparado en aquel momento. Necesitaba asumir lo ocurrido.

Decidí seguir centrado en mis nuevos objetivos. Llevaba dos años viviendo con Julián y me sorprendió lo fácil que fue tratar con él desde el primer momento. Le dejé claro desde el principio que tenía dinero para pagarle unos nueve o diez meses de alquiler y que durante ese tiempo me dedicaría a buscar algún trabajo para ahorrar y dejar de molestarle lo antes posible. Julián no me puso condiciones, ni fecha límite, ni me presionó jamás para que dejara el piso. Me aceptó como compañero y podía estar con él el tiempo que necesitara, le pagara o no el alquiler. Quizás él se había sentido solo durante mucho tiempo y la simple compañía de alguien le hacía feliz. Formábamos un buen equipo. Me ayudó en todo: a instalarme, hizo que me sintiera cómodo, podía hablar con él de lo que me preocupara, e incluso me ayudó a buscar una academia donde poder seguir mis estudios. Cuando le enseñé el certificado y mis notas comprendió que no debía de perder la oportunidad de seguir aprendiendo y formándome para encontrar un buen empleo.

Por si fuera poco,  Julián se preocupó de que pudiera conocer a gente nueva. Él sabía después de nuestras largas charlas que  apenas había tenido amigos, Felipe y Mario fueron las únicas personas de mi edad con las que tuve contacto.  Julián era un tipo muy guapo y simpático y estaba siempre rodeado de gente. Tenía el cuerpo atlético, ojos oscuros, la mandíbula ligeramente pronunciada, el pelo rizado también moreno y además su piel estaba tostada por el sol, parecía un actor de telenovelas. Por si fuera poco su atractivo, cuando sonreía se dibujaban en su cara dos hoyuelos que acentuaban su elegancia. Podría decirse que era todo lo contrario a mí. 

No tuve más remedio que adaptarme al ritmo frenético de la ciudad, donde cada uno estaba inmerso en sus problemas y el estrés reinaba en cualquier lugar. La vida en el pueblo era muchísimo más tranquila. Ahora, el mundo giraba más deprisa y las personas iban de un lado para otro sin apenas mirarse. Relacionarse y estrechar lazos se hacía complicado para alguien como yo. Pero nunca me sentí solo. 

Julián trabajaba en una cafetería en el centro y muchas veces me reunía allí con él a pasar tardes enteras estudiando delante de un buen café. En ocasiones, algún amigo suyo me acompañaba y charlábamos animadamente. Los amigos de Julián también se esforzaron por acogerme y fue uno de ellos, Lucas, el que me ayudó a encontrar mi primer empleo. Desde que llegué a la ciudad, tenía claro que quería seguir estudiando. Julián se comportó conmigo como un verdadero hermano mayor. Me ayudó a preparar y a realizar una prueba de acceso para poder comenzar un módulo profesional. Me entendía bien con las facturas y los números, y me decanté por unos estudios administrativos especializados en el mundo empresarial. Debido a mis notas, la beca que me concedieron fue gratuita y durante mi tercer año de estudio, Lucas me ofreció un trabajo. Él trabajaba en un despacho de abogados y habían abierto hace poco una sede nueva en el centro. Necesitaban a alguien que se ocupara de empezar un proyecto a largo plazo y llevar sobre todo la contabilidad. Después de una entrevista y varias pruebas, me contrataron y empecé en mi primer trabajo de verdad y a ganar mi primer sueldo de verdad. Era el primer paso hacia mi independencia. Los comienzos fueron duros, me dedicaba sobre todo a llevar cafés y a trabajar un montón de horas por un sueldo bastante bajo, pero poco a poco fui aprendiendo a valerme por mí mismo y a desarrollar ideas que iban incluyendo en varios proyectos. En aquel despacho de abogados estuve trabajando durante cuatro años, ya que al finalizar el módulo y con un título oficial pudieron renovarme de forma indefinida. Aprendí muchísimo y a punto de cumplir veinticuatro años, me surgió una oferta que no pude rechazar. Una importante empresa aseguradora quería contratarme. Yo había tenido contacto con ellos gracias a un proyecto en el que colaboré durante varios meses, les gustó mi forma de enfocar las cosas y me querían contratar. Hoy en día sigo trabajando en el mismo puesto y la compañía ha seguido creciendo. No puedo quejarme de todo lo que he prosperado gracias a mi esfuerzo, mi constancia, miles de horas de estudio y de horas extras… 

   Cuando llevaba dos años trabajando en el despacho de abogados, con mis veintidós años recién cumplidos, ya había conseguido ahorrar lo suficiente para poder alquilar un pequeño estudio en las afueras. Yo sabía que Julián no quería que me marchara, estábamos muy unidos y nos sentiríamos raros el uno sin el otro. Pero necesitaba hacerlo. Necesitaba vivir por mí mismo, sentir que por fin era libre de verdad, sin depender de nadie. No perdería contacto con Julián, nos veríamos como mínimo una vez por semana, así que lo único que cambiaría es que no viviríamos juntos. Bueno, lo único y lo más importante.  Los meses que había  pensado estar con él se convirtieron al final en cuatro años. Estábamos siempre juntos, me acogió en su casa y en su vida. Pero yo debía seguir mi camino, con mucha pena pero también con ganas de avanzar.

   Al poquito tiempo de independizarme, una de tantas tardes que iba a visitar a Julián a su trabajo, la conocí. Ya la había visto otras veces por allí. Se sentaba siempre en el mismo rincón, y siempre pedía café y una magdalena rellena de chocolate. Leía el periódico o un libro de García Márquez, y muy pocas veces estaba acompañada. Esa tarde, yo sentí que me miraba más que de costumbre. Los dos nos teníamos fichados, nos atraíamos. Éramos habituales del bar. He olvidado contar que con mi primer sueldo en el despacho de abogados, aparte de hacer un buen regalo a Julián, decidí empezar un tratamiento especial para mi piel. Consulté a varios dermatólogos, y mis manchas después de unos meses de tratamiento mejoraron muchísimo. Casi desaparecieron del todo, aunque tenía que seguir con revisiones y darme unas cremas todos los días. Mi autoestima, gracias a eso, a mi trabajo y al apoyo continuo de mi amigo, también mejoró a pasos agigantados. Tanto fue así que aquella tarde, me acerqué a su mesa y le pregunté si podía sentarme a charlar con ella. Sin más. La conversación al principio resultó un poco absurda, pero a medida que transcurrió la tarde, noté que ella se reía con mis chistes malos y que podía ser el comienzo de algo. Nos citamos en el bar de Julián todas las tardes de los jueves durante al menos los dos meses siguientes. Simplemente nos fuimos conociendo poco a poco, entre risas, cafés y chistes. De ese modo, lentamente, Ana se convirtió en la mujer de mi vida. Empezamos a salir en serio después de esos meses de tonteo y hasta ahora siempre hemos estado juntos. Además, desde el primer momento hizo muy buenas migas con Julián y muchas veces salíamos por ahí los tres al cine, a tomar una copa o a intentar encontrar novia para Julián. Fue en esa época, estando nuestra relación más consolidada, cuando le hablé sobre mi infancia y la muerte de mis tutoras. Ana me aconsejó que fuera al pueblo, ella me acompañaría sin problemas, y decidí que era una buena oportunidad para volver. No debía retrasar más el momento, debía de dejar de sentirme culpable y aprovecharía para ver a la persona a la que más le debía en el mundo.

En la estación de tren nos esperaba Felipe. Tuve un flash-back recordando el preciso instante en que nos despedimos. Habían pasado varios años y tantas cosas. Él no había cambiado casi nada, su fuerte abrazo me estremeció. Le presenté a Ana. Me puso al día sobre Mario, que había conseguido ser profesor en una escuela de un pueblo cercano y sobre él. Su padre, Dionisio, tuvo que jubilarse antes de tiempo al sufrir una enfermedad de los huesos y Felipe heredó el negocio. Cuando me llevó a conocerlo, me sorprendió lo cambiada que estaba la vieja tienda de comestibles. Se había convertido en un café-teatro. Con un buen menú de dulces y repostería y un escenario donde Felipe nos explicó que realizaban representaciones teatrales, cuentacuentos, recitales de poesía…Funcionaba muy bien. Mucha gente de otros pueblos lo visitaba y los fines de semana estaba siempre lleno. Tanto trabajo no le había dejado tiempo ni de enamorarse. Nos instalamos en casa de Felipe, también se había independizado de su padre reconstruyendo una vieja casa cerca de la plaza, tenía un cuarto para invitados y era muy acogedora. Una vez instalados y después de varias horas de charla, decidí visitar mi antigua casa. Preferí ir solo.

   La gran casona parecía caerse a pedazos, era difícil entender cómo se mantenía en pie. Me recorrió un escalofrío al estar parado frente a ella, no pude acercarme a la puerta. Mis pasos, muy despacio, me llevaron  directamente al cementerio. Pasé primero por una tienda donde conseguí unas flores de plástico porque no tenían naturales y caminé con paso decidido. Con el tiempo, dejé que esa culpabilidad fuera diluyéndose, aunque nunca se fue del todo. Yo no quería que ellas murieran, sólo quería que me dieran cariño, que me trataran como a un verdadero hijo, y eso nunca sucedió. Limpié sus lápidas, repartí las flores entre las dos tumbas y permanecí un buen rato en silencio. Escuché unos pasos que se acercaban a mí. Me di la vuelta y encontré a Felipe a mi lado, me entregó una pequeña nota que le había dado el cura del pueblo al morir las ancianas. Iba dirigida a mí, ellas querían que la leyera. Todavía ahora, a mis veintiocho años y con mi vida bastante clara, recuerdo esas palabras escritas con buena caligrafía:

Querido Héctor. Cuando te conocimos pensamos que eras un niño mimado y sobre- protegido por tu madre, no sabías valerte por ti mismo. Al adoptarte, no sólo pensamos en darte una educación, también queríamos que hicieras tu propio camino. Fuimos conscientes de todo desde el principio: de tus salidas y de tus clases a Felipe. Intentábamos ayudarte a ahorrar dejándote que te quedaras con las vueltas de las compras o pagándote algunos favores que nos hacías. Deseábamos que te hicieras un hombre. Estés donde estés, sé  feliz, no nos guardes rencor ni te sientas culpable. Nuestro momento ya ha terminado pero a ti te quedan muchos por vivir. A nuestra manera, te quisimos mucho. Elana y Eloísa



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